En lugar de la simple danza circular, que no
ofrece los datos mencionados, ellas efectuaron una “danza oscilante”, moviendo
el vientre de un lado a otro. En esta danza oscilante, la exploradora corre
directamente sobre un estrecho camino imaginario, repentinamente da un viraje
de 360 grados a la izquierda y no menos repentinamente a la derecha, repitiendo
varias veces la secuencia.
La distancia entre la colmena hasta la fuente
alimenticia descubierta, según Frisch, es indicada con gran precisión por la
velocidad de las vueltas de 360 grados dadas por la abeja exploradora. En
cambio, la dirección de la línea recta entre las vueltas a la izquierda y a la
derecha, señalan la dirección de la senda del vuelo. Las abejas “calculan” el
ángulo de la senda de vuelo por medio de una línea imaginaria recta entre la
colmena y el sol, sea cual sea la posición que éste ocupe en el cielo.
La figura que traza es una especie de ‘8’ alargado por el centro. El
trazado de este ‘8’ significa la dirección en que se encuentran las flores con referencia
al sol. La velocidad con que se desplaza y el número de palpitaciones de su
abdomen expresan la distancia a recorrer. Cuanto más lejos estén las flores más se agita y
tiembla la abeja. Por ejemplo, de seis a ocho latidos efectuados en 15 segundos
significa que es preciso ir a 400 metros de la colmena, pero si en el mismo
tiempo el abdomen late 10 u 11 veces es que las flores están a 700 metros. Una
agitación violenta se apodera entonces de la colmena, todas las cosechadoras se
ponen en movimiento, imitando los de la danzarina antes de lanzarse a la
búsqueda del botín.
Este “cálculo” no requiere luz solar directa
pues las abejas conocen la posición del astro por la llamada “luz polarizada” y
son capaces de verlo a través de una gruesa capa de nubes, exactamente igual
que los seres humanos.
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